La escritora e historiadora Paola Caridi relata en su libro 'La morera de Jerusalén' como la vegetación ha sido un instrumento fundamental de la ocupación y de la creación de Israel

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Los árboles también cuentan la historia de Palestina, la que Israel ha querido ocultar desde la Nakba en 1948 y la que intenta borrar desde octubre de 2023 en la Franja de Gaza. Los árboles –los sicomoros, los olivos, las encinas, las palmeras, las higueras– son los protagonistas del libro de Paola Caridi, La morera de Jerusalén (Errata Naturae). En sus páginas se cuenta una historia diferente de la ocupación de Palestina y de la construcción del Estado de Israel, en el que los árboles también se imponen sobre la vegetación autóctona y juegan un papel destacado en el objetivo de erradicar a los habitantes nativos y su (agri)cultura.

“En Palestina, los árboles cuentan una historia de opresión”, afirma Caridi en una entrevista con elDiario.es. La periodista e historiadora italiana, que ha vivido y trabajado en Oriente Medio más de dos décadas, explora las diferentes formas en las que la vegetación se ha empleado para oprimir o desposeer y para crear un relato alternativo a la realidad.

Los árboles se convierten en instrumentos para cancelar una historia y crear una nueva

En el caso del conflicto israelí-palestino, “los árboles son un instrumento político” más que económico, como ocurre en otros lugares del mundo. “Los árboles, que deberían definir lo que es la tierra, detallar una historia más larga que la de un solo ser humano, se convierten en instrumentos para cancelar una historia y crear una nueva, sin que haya un vínculo entre ellas”, explica.

Eso ocurrió con los naranjos de Yafa, que en la primera mitad del siglo XIX los palestinos empezaron a cultivar de forma intensiva en esta zona costera y que transformaron la economía y la sociedad de la ciudad. Las naranjas de la variedad shamouti se exportaban a Reino Unido y a otros países porque resistían el largo viaje en barco y eran muy apreciadas, pero los primeros emigrantes judíos a Palestina se hicieron rápidamente con el control del cultivo y del comercio (en 1929, las plantaciones propiedad de los judíos ya superaban en número a las de los palestinos, aunque la mano de obra siguió siendo mayoritariamente palestina).

“Ahora mismo, si preguntas a cualquiera, las naranjas de Yafa son israelíes por lo que han conseguido borrar esa memoria”, dice la historiadora, quien dedica un capítulo de su libro a cómo se “resignificó” una fruta que pasa de ser símbolo del boom económico palestino –que convierte el de Yafa en uno de los principales puertos del Mediterráneo oriental– a la imagen del nuevo Estado israelí.

Caridi desgrana otra de las historias que fue creada e impuesta en la primera mitad del siglo XX: el mito del “desierto que florece” con la llegada de los colonos judíos a Palestina. Un mito que califica de “falso” e “inventado” porque esa tierra ya tenía una vegetación muy variada y exuberante. “Israel no era un desierto que tenía que florecer, ya había florecido: era el bustan o jardín palestino compuesto por naranjos, almendros, nísperos, albaricoqueros, olivos, higueras…”.

Construir un nuevo país con abetos

Tras la fundación del Estado de Israel en 1948, se consolida la construcción ex novo de un paisaje con la plantación de millones de árboles no autóctonos, en este caso, las coníferas, las cuales se imponen sobre el paisaje palestino compuesto por árboles frutales, explica Caridi. El pino es el elegido porque “refleja un imaginario que no es sólo el de los judíos de Europa, sino el que todos los europeos tienen de la Tierra Santa”.

“Lo vemos en abundancia en el arte sagrado, por ejemplo, en la obra de Leonardo da Vinci 'La Virgen de las Rocas', en la que María se encuentra en un bosque verde que no es el paisaje tradicional del Mediterráneo oriental”. En muchos portales de Belén también hay abetos, que no crecían naturalmente en esa región hace unos dos milenios.

El Fondo Nacional Judío (agencia sionista creada en 1901 para comprar tierras en Palestina y promover el traslado de los judíos de Europa a ese lugar) fue el encargado de financiar y proyectar la plantación de las coníferas, sobre todo a partir de 1948. Caridi destaca que fue el propio David Ben Gurion, el primer dirigente de Israel entre 1948 y 1953, quien dijo que hacía falta “un ejército de árboles” en el recién fundado Estado judío.

Ese ejército tenía dos objetivos, detalla Caridi: “Por un lado, ocupar un paisaje, cubriendo el que existía anteriormente para tapar la historia, para borrar los 500 poblados palestinos que fueron vaciados en la Nakba, ya sea con los árboles o construyendo localidades judías nuevas”. Durante la denominada Nakba (catástrofe, en árabe), las nuevas fuerzas armadas israelíes expulsaron a unos 750.000 árabes de sus viviendas y tierras, vaciaron y quemaron cientos de localidades palestinas, sobre todo las situadas en el corredor que une Jerusalén con Tel Aviv.

Los bosques fueron construidos después de 1948 para borrar las huellas que existían de una vida palestina en ese lugar

“Los bosques fueron construidos después de 1948 para borrar las huellas que existían de una vida palestina en ese lugar”, subraya la autora. A día de hoy, en el tramo de carretera que une las dos ciudades –los dos centros de poder de Israel–, los abetos se imponen a la vista.

El otro objetivo israelí era y es a largo plazo: “Esa tierra no tiene que ser devuelta a los pobladores originarios y, por tanto, hay que emplear los árboles como un instrumento para mantener la ocupación, para mantener el Estado de Israel a lo largo de los años, porque los árboles no mueren en pocos años”. Por ello, en poco más de un siglo, se plantaron 250 millones de árboles en el territorio donde se fundó y fue expandiéndose Israel, ocupando y anexionando zonas palestinas.

Destruir el vínculo con la tierra

“Los palestinos y los israelíes tienen una concepción completamente distinta de lo que es la tierra”, explica Caridi, que ha estudiado a fondo esa relación. “En el caso de los palestinos, la relación [con la tierra] es de pertenencia; en el caso de los israelíes, la tierra se domina, se posee, por lo que no hay respeto por la tierra, por la naturaleza, tampoco por el conocimiento del uso de las hierbas. Ellos pueden arrancar los olivos porque no se plantean que los árboles pertenecen a la tierra, no pertenecen a los palestinos ni a los israelíes”.

Esa relación especial entre los palestinos y su tierra es lo que Israel busca destruir en todos los territorios que ocupa, también en Gaza durante el actual genocidio, afirma la escritora y periodista. “Aparte de destruir la agricultura, por tanto, el sustento de los humanos –y causar hambre y sed, como estamos viendo–, Israel va más allá: destruye la tierra y su vínculo con los nativos”.

Caridi destaca que aniquilar ese vínculo forma parte del genocidio porque es “sistémico, que borra todo, no solo los seres humanos”. Además, es una estrategia, porque al acabar con todo, “Israel borra también las pruebas del genocidio”: “Destruyendo los barrios de Ciudad de Gaza, como está haciendo ahora, destruye también su historia milenaria, que es una historia palestina. Para luego construir una historia ex novo”.

Esos son los planes del Gobierno israelí –cuyo ministro de Finanzas ha hablado abiertamente de un negocio inmobiliario en Gaza– y también del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien propuso hace meses la creación de la “Riviera” de Gaza, una vez haya sido vaciada de sus habitantes originarios por el ejército israelí.

Hay genocidios que incluyen el territorio, más allá de la población. En el caso de Gaza, no podemos separar el genocidio del vínculo con la tierra

“Hay genocidios que incluyen el territorio, más allá de la población. En el caso de Gaza, no podemos separar el genocidio del vínculo con la tierra”, subraya Caridi. “Es un genocidio en una tierra que tiene que ser borrada del mapa para reconstruir un paisaje, unas posesiones, unos dominios y para borrar una historia que no tiene que ver sólo con la memoria de la vida humana, como los sitios arqueológicos o los edificios, sino con la naturaleza y con el paisaje”.