“La vida sigue. Más allá de lo que sería lícito”, escribió Kraus, en un aforismo concluyente. Añadió algo que también evoca el plan trumpista de una Riviera de lujo en la Franja de Gaza: "Entended que por aquella meta valía la pena hacer aquella excursión, y por aquella excursión valía la pena hacer la guerra.”
El sarcasmo ha sido históricamente un arma de los débiles, aunque a veces es un recurso peligroso. Los caricaturistas, por ejemplo, cuentan con mártires: Cabu, Wolinski y sus colegas del semanario Charlie Hebdo, por ejemplo; o el valenciano Carlos Gómez Carrera, que firmaba “Bluff”, fusilado por sus caricaturas de Franco, junto a otros 30 condenados, en las tapias del cementerio de Paterna.
Parodiar a los poderosos se hace cada vez más difícil. Se parodian a sí mismos, como si la burla cambiase de bando. El pasado 28 de octubre, unos 7 millones de norteamericanos se manifestaron en 2.700 localidades, bajo el lema “No Kings”, protestando contra las desmesuras autoritarias del presidente Trump. Tanto este como su vicepresidente se apresuraron a difundir memes burlescos generados con inteligencia artificial. En el de Vance, Kamala Harris y otros líderes demócratas se postran de rodillas y rinden pleitesía a un Trump coronado. En el de este, el presidente, también con corona, arroja aguas fecales sobre los manifestantes desde un avión de combate. Doble objetivo perseguido: trivializar los motivos de alarma e indignación de los manifestantes (cuyas réplicas serán tildadas de faltas de humor y remilgadas), y promover la imagen de un Trump todopoderoso, el hombre fuerte, providencial y taumatúrgico.
El entretenimiento no escasea en estos días. Sin embargo, no puede ocultar la percepción de que vivimos unos tiempos brutales e imprevisibles. Crece entre nosotros la vaga sensación de un posible final de los tiempos.
Que vivimos los últimos días de la humanidad es cierto, en un sentido literal. El día de hoy es el último, hasta la fecha y de momento, y sabemos, por experiencia, que mañana saldrá el sol, y seguirá haciéndolo en días sucesivos. El temor estriba en otro asunto, que Rafael Sánchez Ferlosio formuló en forma de pronóstico: “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos”.
Ojalá no tuviera razón y sea lo contrario. En todo caso, los tiempos que corren invitan a extremar la atención, a mantener los ojos bien abiertos. Lo hizo Karl Kraus en agosto de 1914, ante el estallido de la Primera Guerra Mundial. El escritor vienés comenzó a tomar apuntes, a recopilar discursos y declaraciones, a guardar recortes de prensa y anuncios comerciales, toda suerte de materiales significativos del momento. Confeccionó con ello un texto teatral, “Los últimos días de la humanidad”, publicado en 1922, con quinientos personajes y doscientas nueve escenas, que el autor definió como «teatro marciano», irrepresentable en la Tierra.
De aquel texto, una obra de “espantosa comicidad” según Roberto Calasso, casi la mitad de las escenas y textos (que parecen inventados, tal es su delirante estupidez), son citas apenas sin comentario de crónicas y artículos de prensa, discursos políticos, sermones religiosos, sentencias judiciales y anuncios de publicidad comercial, de Viena a Berlín, de los ministerios a los cuarteles, de los ambientes populares a los de la gran burguesía, pasando por cafés, peluquerías, redacciones de periódicos, hospitales militares y trincheras en el frente, que Kraus fue recopilando en aquellos años de locura asesina. «He querido poner mi tiempo entre comillas», decía.
Es un texto con resonancias actuales. En un anticipo de las ambiciones de Trump para el futuro de Gaza, Kraus hace decir a un alto funcionario de la Oficina de Turismo: “Vayamos al grano. ¿Cuáles serán las atracciones que podremos ofrecer después de la guerra a los extranjeros; o mejor dicho, qué podremos ofrecerles como reemplazo de los monumentos que eventualmente hayan sido destruidos?”. Otro funcionario le da la respuesta: “las tumbas de quienes han muerto en el campo del honor parecen hechas expresamente para permitirnos esperar una reactivación del turismo.” (Escena 24, Acto V).
Años después, Kraus reprodujo extensamente, en su revista “Die Fackel” (La Antorcha), un prospecto comercial que había llegado a sus manos, en el que un anónimo publicitario proponía una visita al campo de batalla de Verdun: “En esta pequeña zona, donde más de un millón, o quizá un millón y medio de hombres, han derramado su sangre, no hay un solo centímetro cuadrado de superficie que no haya sido sacudido por los obuses”.
El anuncio pasaba después a los detalles: “Partida en tren rápido de segunda clase. Hotel de primera clase, con servicio y propinas incluidas. Desayuno copioso. Visita a los pueblos destruidos en la zona fortificada de Vaux, con los gigantescos cementerios donde reposan centenares de miles de caídos. Almuerzo en el mejor hotel de Verdun, con vino y café, propina incluida. Visita por la tarde a la zona de Haudiaumont, horriblemente devastada. Cena en un hotel de Metz, con vino y café, propina incluida. Todo incluído por el precio de 117 francos».
“La vida sigue. Más allá de lo que sería lícito”, escribió Kraus, en un aforismo concluyente. Añadió algo que también evoca el plan trumpista de una Riviera de lujo en la Franja de Gaza: «Entended que por aquella meta valía la pena hacer aquella excursión, y por aquella excursión valía la pena hacer la guerra.“
En un artículo de 1982, Sánchez Ferlosio (“Me encuentro parecido con Karl Kraus” , le dijo en una ocasión a un periodista), contraponía la humanidad con minúscula (que se define bien por su opuesto, lo inhumano), a la Humanidad con mayúscula de las Causas Sagradas, “que sobrevive y que se perpetúa siempre a costa de hacer padecer cada vez más atroces inhumanidades y de ir haciendo a los hombres cada vez más inhumanos”.
A la Humanidad mayusculizada, concluía el escritor, “que la den por saco”. En lo que se refiere a la humanidad con minúscula, la de la compasión y el respeto, observaba Sánchez Ferlosio, premonitorio, que se van “congelando, degradando y encanallando cada vez más los sentimientos y los resortes morales de los hombres”. No estamos ante los últimos días de la humanidad, pero sí ante una caótica y patética combinación de misiles, memes y mierda. “Todo incluido”, escribió Kraus, es el lema de nuestro mundo.

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