No fue solo la velocidad lo que los policías notaron —aunque la camioneta iba como si el asfalto fuera un campo abierto—, sino lo que encontraron debajo del asiento: una pistola, sin licencia, sin historia, sin excusa. No para cazar. No para proteger. Solo ahí, entre botellas vacías y un celular con mensajes que nadie respondió, como si el tiempo se hubiera detenido en el último “te amo” que nunca llegó.
Este no es su primer tropiezo bajo el efecto del alcohol. Ni siquiera el segundo. En abril, en Minneapolis, ya lo habían detenido tras una fiesta del draft de los Vikings, cuando su nombre se volvió trending sin que nadie quisiera celebrarlo. Entonces, también por exceso de velocidad. Ahora, en Texas, en la tierra donde aprendió a correr entre maíz y gritos de escuela, donde los niños lo

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