“Es terrible”, suspira este salvadoreño de 60 años, sin visa para permanecer en Estados Unidos. “Es un encierro que no se lo deseo a nadie”.
Para sobrevivir, el hombre se apoya en una organización que le lleva alimentos dos veces por semana.
“Me ayuda muchísimo, porque si no tengo esto ¿cómo voy a comer? No tengo trabajo”, dice Alberto, quien por temor se identifica con un seudónimo.
En la arremetida antiinmigración de comienzos de junio en Los Ángeles cientos de personas, en su mayoría latinos, fueron detenidas en las calles, o en lugares de trabajo como autolavados, ferreterías, restaurantes y campos agrícolas.
A pesar de ser prediabético, Alberto duda de ir a su próxima cita médica. Sólo sale para estirar las piernas en el pasillo que lleva a su cuarto.
“Estoy muy estresado. Me due