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Lo que pasa en La Guajira es un crimen a plena luz del día. Recursos transferidos para aliviar el hambre, la sed y la desesperanza de los wayuu terminan engordando los bolsillos de funcionarios, políticos, algunas autoridades tradicionales y contratistas sin alma, frente a los ojos de todo el mundo: entre otros, la prensa, órganos de control, jueces, congresistas, y gran parte de la sociedad cómplice. Nadie dice nada, nadie se inmuta, nadie actúa.
La Guajira se desangra mientras la corrupción se pasea impune, amparada en la retórica de los “usos y costumbres” o “los saberes ancestrales” y en muchos casos con la complicidad de autoridades tradicionales que han vendido su dignidad a cambio de un porcentaje del botín.
Cada vez que leo la justificación para la contratación