
A comienzos de abril de 2020, en plena pandemia, el Comando Sur movilizó hacia el sur del mar Caribe barcos de guerra, aviones espía y miles de tropas del ejército de EE.UU. En aquel momento, el asesor de seguridad de la Casa Blanca, Robert O'Brien, explicaba que la razón detrás del movimiento de fichas militares era "reducir el soporte financiero para el narcotráfico" que supuestamente sostenía al Gobierno del presidente Nicolás Maduro. Nunca mostraron pruebas.
Meses antes de ese despliegue militar, el ahora exdiputado Juan Guaidó —quien se autoproclamó "presidente" sin elecciones— fue recibido por Donald Trump en la Casa Blanca. El anuncio del envío de tropas generaba altas expectativas de una inminente intervención militar y Caracas se preparaba para un hecho sin precedentes, especialmente desde aquella alocución donde el republicano aseguró que tenía "todas las opciones sobre la mesa".
En esa ocasión, la iniciativa se disolvió sin mayores explicaciones ni argumentos . Parecía que, más que un hecho racional con un propósito real, era parte de un teatro de presión de la primera administración de Trump hacia Venezuela, buscando estérilmente posicionar a Guaidó.
Cinco años después, regresa una narrativa similar a la de O'Brien, pero con otros voceros. Washington ahora "sube" la recompensa por la captura del presidente venezolano. En paralelo, sin datos nuevos ni prueba alguna, la Casa Blanca reaviva la matriz de opinión sobre la supuesta relación del Gobierno con el narcotráfico para justificar su movilización de fragatas y tropas. La situación parece un 'déjà vu'.
¿Se preparan acciones que llegarán más lejos intentando una intervención militar directa o ataques concretos, o se trata de una movida simbólica en el incesante tablero de idas y venidas de Trump, tanto en la geopolítica como en la política doméstica?
La duda que surge, con el precedente del fracaso de la 'operación Guaidó', es si estamos en la presencia de un nuevo bluf o si esta vez podría ser diferente. ¿Se preparan acciones que llegarán al punto de una intervención militar o se trata de una movida simbólica en el incesante tablero de idas y venidas de Trump, tanto en la geopolítica como en la política doméstica?
Nuevos actores, misma narrativa
La situación no es tan diferente a la de 2020. La idea de que estamos en presencia de un nuevo escenario alegórico y efímero, es probable, más allá de la efusiva retórica de varios funcionarios del gabinete de Trump.
Aunque el secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, acumula gran fuerza política en torno a su narrativa contra Venezuela y Cuba, y su estadía en el cargo es un catalizador de los ataques hacia Caracas y La Habana, es preciso recordar que la primera administración de Trump también contó con funcionarios de un alto nivel de agresividad, como Mike Pompeo, Elliott Abrams y John Bolton. Esos 'halcones', además, tenían mayor experticia en provocar y conducir conflictos.
Durante el primer período del magnate estadounidense, esa camarilla tuvo una fijación con Venezuela que, no obstante, nunca se trasladó al terreno militar. Es decir, el papel beligerante de Rubio no necesariamente implica un escalón de conflicto más allá del conocido.
La diferencia es que la actual política de deportaciones de Trump, que afecta a los poderosos lobbies del estado de Florida, requiere de un contrapeso discursivo para que ese feudo republicano no se desplace hacia las aguas demócratas en las próximas elecciones de "medio término" el año que viene.
Quizá la semejanza más notoria sigue siendo la necesidad del gobierno republicano de "hablarle" a los poderosos lobbies del estado de Florida , que siempre han puesto como primer punto de su agenda una acción militar hacia Cuba y Venezuela. La diferencia es que la actual política de deportaciones de Trump, que afecta a estos grupos, requiere de un contrapeso discursivo para que ese feudo republicano no se desplace hacia las aguas demócratas en las próximas elecciones de "medio término" el año que viene.
Otra similitud es que Trump mantiene, como en su primera gestión, el estilo radical e "incorrecto" que busca provocar tensiones sobre quienes no se alinean a su política. Aunque Venezuela no sea preocupación central de medios ni de actores internacionales, el mandatario republicano podría estar dispuesto a marcar la iniciativa para obligar al mundo a concentrarse nuevamente en Caracas.
Las diferencias son más
A nivel global hay diversos problemas en medio de un reacomodo geoestratégico, lo que no dista del escenario de hace cinco años.
Los aranceles dictados desde Washington, el rumbo que están tomando los conflictos de Ucrania y Gaza, así como las amenazas de Trump que se esparcen a mansalva por el mundo, incluso contra sus socios históricos, son flancos que pueden debilitar una iniciativa unilateral de EE.UU. contra Venezuela, al menos una con diseño prolongado en el tiempo.
Si los países fronterizos con Venezuela se alinearon rápidamente a Washington para presionar a Caracas durante la 'operación Guaidó', hoy los gobiernos de Brasil y Colombia rechazan de plano cualquier intento de intervención y, en líneas generales, la región no está tan articulada hacia los intereses de EE.UU. , como cuando existía el Grupo de Lima.
Por ahora hay muchos frentes abiertos a escala internacional y Venezuela no es un tema central ni en los medios ni en las políticas de muchos aliados de Washington. Hace cinco años, la mediática internacional, desde la conservadora hasta la más liberal, se unía para producir una narrativa que generara condiciones para una intervención militar o, al menos, un violento cambio de gobierno . Hoy en día, las preocupaciones del mundo se dirigen a otros escenarios.
Las diferencias no solo se circunscriben a la arena política y mediática. Hace un lustro no eran tan visibles las tácticas aplicadas en Gaza, Líbano o Irán, donde la tecnología se articuló con ofensivas militares que permitieron altos niveles de exactitud para perpetrar atentados contra fichas clave.
Los ataques contra personalidades políticas y militares de Irán o Gaza, así como la explosión masiva de buscapersonas en el Líbano, generan un inocultable riesgo que puede envalentonar a Trump para ordenar operaciones militares quirúrgicas .
La movilización de tropas estadounidenses anunciada esta semana se ubica, según medios , en torno a los 4.000 efectivos. Es una cantidad muy limitada para lograr un control prolongado de territorio, si se comparan con los 25.000 soldados estadounidenses que invadieron Panamá en 1989, con el contraste de que Venezuela es un país mucho más grande y con un ejército mucho más equipado y consolidado que el panameño de entonces.
La movilización de tropas estadounidenses anunciada esta semana se ubica, según medios, en torno a los 4.000 efectivos. Es una cantidad muy limitada para lograr un control prolongado de territorio, si se comparan con los 25.000 soldados estadounidenses que invadieron Panamá en 1989,
Este dato permite comprender que, de ser ciertas las informaciones de la prensa, EE.UU. no ha desplegado una fuerza militar con capacidad de invasión, sino solo de presión , lo que podría provocar un caos interno inconmensurable en el país suramericano.
Otra diferencia importante es que, según los propios funcionarios de Trump que escribieron libros críticos luego de dejar sus cargos, el magnate habría querido atacar instalaciones petroleras venezolanas durante su primera gestión.
La ofensiva económica de Trump hacia Venezuela en su primer mandato era más radical en el uso de sanciones, que pretendían asfixiar la actividad petrolera. En cambio, hace menos de un mes, EE.UU. otorgó una licencia a Chevron para reactivar sus operaciones de comercialización y, de hecho, en los últimos días buques fletados por la empresa han comenzado a exportar petróleo venezolano. En esta circunstancia, ¿le interesaría un conflicto bélico a Washington?
Podría pensarse que la presión hacia Caracas busca desactivar críticas internas de varias tendencias republicanas, especialmente latinas, frente a la decisión de desmontar parcialmente el bloqueo petrolero.
Sin embargo, no hay manera de saber, ni en el tema venezolano ni en ningún otro asunto de Trump, cómo terminarán desarrollándose los acontecimientos ni cuál será su impacto, ya que siempre puede esperarse algún giro radical que obligue a barajar de nuevo el juego.
De momento, las semejanzas y diferencias entre las ofensivas de EE.UU. hacia el Caribe sur de 2020 y 2025 solo permiten racionalizar esta nueva iniciativa, en ningún modo, prever resultados.