El aire de la mañana sobre Cúcuta olía a polvo de río y redención. A través del Puente Atanasio Girardot, diecisiete colombianos regresaron a su país después de meses —algunos más de un año— encerrados en prisiones venezolanas. El cruce fue lento, interrumpido por sollozos y abrazos, un retorno largamente postergado que convirtió la frágil diplomacia en algo humano otra vez.

Al otro lado del puente, de vuelta a los nombres y los rostros

Poco después de las nueve de la mañana, los vehículos oficiales se detuvieron en el punto medio del puente internacional que une el estado Táchira, en Venezuela, con Norte de Santander, en Colombia. Del lado colombiano, las familias se apretaban contra las barreras, sosteniendo fotografías descoloridas de tanto mirarlas.

«Gracias, Dios», gritó Yarileinis

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