No me atrevería a defender lo que no se puede defender. Seguir apegado al discurso de Gustavo Petro sin ruborizarse es digno de un servilismo enfermizo. Una cosa es haber concebido al presidente de los colombianos como el líder de un cambio necesario en un país desvencijado por la corrupción y agobiado por la desigualdad y otra creer que su discurso y acciones vayan en ese camino. Millones de compatriotas votaron por Petro hastiados de gobiernos mediocres, elitistas y deshonestos. No encontraron otro camino, ni otro líder y prefirieron dar un paso adelante sin sospechar que daban un salto al abismo.
El resultado de la consulta del Pacto Histórico es elocuente. El liderazgo de Petro se diluyó en tres años de gobierno. Sus áulicos seguirán pregonando que su grupo político tiene más electore

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