La hegemonía energética ha pasado de venerar al crudo a endiosar a las tierras raras y sus 17 minerales indispensables para la boyante industria de los chips, la IA y la descarbonización. Una lucha a la que ni Washington ni Pekín están dispuestos a renunciar

Europa busca una respuesta más dura contra China por restringir las exportaciones de minerales críticos

El mercado mundial de las tierras raras se ha consolidado como uno de los principales vectores de poder geoeconómico del siglo XXI, aunque el volumen de su negocio sea aún testimonial. En 2024, y según datos coincidentes de la US Geological Survey (USGS) y de la International Energy Agency (IEA), su extracción, refinado y transformación apenas superaron los 13.000 millones de dólares, con predicciones de crecimiento anual de entre el 8% y el 10% hasta 2030, espoleadas por la rampante demanda de electrificación del transporte, de los gastos de material de defensa de alta tecnología y, sobre todo, de la carrera geoestratégica por dominar la Inteligencia Artificial (IA).

China suspendió este viernes durante un año las medidas de control a la exportación que impuso el pasado 9 de octubre sobre materiales estratégicos como tierras raras, componentes de baterías de litio y diamantes sintéticos industriales. Según un comunicado del Ministerio de Comercio, la suspensión entra en vigor de inmediato y se mantendrá hasta el 10 de noviembre de 2026. El anuncio se produce después de que los presidentes de China y Estados Unidos, Xi Jinping y Donald Trump, alcanzasen una serie de consensos comerciales durante su reunión de la semana pasada, celebrada en la localidad surcoreana de Busan.

En el terreno económico-industrial China mantiene una posición hegemónica, al controlar cerca del 70% de la producción global y más del 90% de su capacidad de refino. A gran distancia, tanto de EEUU (12%) como de Birmania (10%), Australia (8%) y Tailandia (4%), sus inmediatos rivales en términos extractivos. Sin embargo, las cadenas de valor de todo el mundo valoran en especial el estatus de suministrador de los mercados originarios de estos minerales críticos, que también domina el gigante asiático. Sus ventas exteriores se sitúan muy por delante del resto lo que evidencia que Asia es el punto neurálgico del nuevo petróleo energético y que las potencias industrializadas han asumido una gran dependencia estructural. Y lo que es peor: están en franca inferioridad para abordar las inevitables tensiones geopolíticas que las grandes superpotencias tendrán que lidiar para hacerse con el cetro de las tierras raras y su refinado.

El acceso estable a estos materiales se ha convertido en asunto prioritario de seguridad nacional en EEUU, Europa y Japón, que han perfilado iniciativas de de-risking (reducción de potenciales riesgos sistémicos) a modo de alianzas estratégicas con países productores como Canadá, Chile y Namibia. Como si fuera una especie de guerra diplomática silenciosa para preservar la fluidez de las cadenas de valor y de suministro.

La Administración Trump ha colgado el cartel de estratégico a las tierras raras en su diálogo con Pekín y en su desafío de resetear el comercio y de hacer virar el orden mundial hacia postulados que se alejan del multilateralismo y la globalización, y ha vinculado la intensidad de sus pedidos a sus concesiones y vetos en el área tecnológica. Todo ello ha debilitado el frente occidental. En paralelo, China y su endurecimiento de los controles a sus exportaciones de minerales críticos ha puesto en alerta a las corporaciones americanas, europeas y japonesas, que se afanan por encontrar alternativas que les resultan poco visibles desde sus actuales atalayas diplomáticas.

Sobre todo si, como parece, la exigencia china de recabar datos sensibles de escalas productivas europeas y, sobre todo, alemanas, resultan ciertas. Como atestigua Rebecca Arcesati, analista de Mercator Institute for China Studies (MERICS), think tank germano especializado en el gigante asiático, quien advierte de que “el régimen de Pekín está cartografiando las vulnerabilidades de las industrias europeas para reforzar su influencia estratégica”.

El asunto no es baladí. Ni genuinamente americano. A tenor de las palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que reconoce “considerar todas las opciones” para paliar las restricciones chinas. Todo un mensaje directo a su patria chica. Porque Berlín reconoce enfrentarse a una disyuntiva delicada, ya que sus empresas manufactureras dependen en un 95% de la adquisición de tierras raras chinas y carece de los instrumentos jurídicos para proteger sus datos industriales. Joachim Nagel, el jefe del Bundesbank, dice que “dependencias de este calibre nos hacen vulnerables al chantaje” que también resume –asegura– “el dilema europeo entre seguridad y competitividad”.

El gobierno del canciller Friedrich Merz admite que el control exportador a los minerales críticos por parte de Pekín ha provocado parones productivos en pymes germanas. Si bien sus grandes corporaciones mantienen el suministro gracias a su poder de negociación. Con varios segmentos como la automoción, electrónica avanzada, la industria militar o las energías renovables con una dependencia elevada de imanes de neodimio, baterías de litio o catalizadores de cerio y lantano. En este sentido, Arcaseti precisa que el desafío occidental pasa por relocalizar parte del refinado, diversificar el aprovisionamiento y crear una gobernanza común para materiales estratégicos.

Pero de momento “no hay sustituto inmediato a la capacidad industrial china”. En ese vacío se juega en la actualidad una partida que “definirá no solo la transición energética, sino también el equilibrio del poder tecnológico global”.

China, maná del nuevo ‘oro negro’ geoestratégico

Gracelin Baskaran, director del Programa de Seguridad Económica en el Center for Strategic and International Studies (CSIS) asegura que “China ha logrado convertir las tierras raras en el nuevo petróleo estratégico” por su dominio sobre imanes permanentes y otros compuestos minerales que condicionan el coste y el acceso a industrias de chips, baterías y materiales de Defensa, como muestra el siguiente cuadro del think tank Geopol 21. Para más inri, asegura que la concentración del refinado en territorio chino hace que no baste con las minas de fuera del gigante asiático para satisfacer la demanda global.

Morgan Bazilian, director del Payne Institute en Colorado School of Mines, explica el detonante de esta encrucijada. “Es fruto del coste político del descuido verde” el proceso de occidentalizar la limpieza ambiental en China a cambio de precios bajos de minerales críticos, que ha generado una vinculación geoestratégica perversa, la “externalización de los daños”, que ahora se torna en “riesgo sistémico”. De modo que “la etiqueta ética de la sostenibilidad se está transformado en una variable de seguridad nacional que los gobiernos se sienten en la obligación de internalizar”.

En parecidos términos se manifiesta David Merriman, director de Investigación en Project Blue. “Las iniciativas de EEUU, Australia, Japón o la UE para reducir su exposición llegan tarde porque la relocalización del refinado requiere décadas y grandes inversiones; no es tan solo un simple cambio de proveedor”. La minería y el refinado requieren capital y tiempo intensivos. De manera que la independencia total es un ejercicio de ciencia ficción sin infraestructuras adecuadas a las exigencias de procesamiento de las tierras raras. Y Guy de Selliers, presidente ejecutivo de otra industria sensible a estos colapsos de abastecimiento, Defense Metals. “Garantizar el suministro eleva costes, estatales (subsidios y partidas fiscales para abordar su resiliencia económica), pero también privados, para almacenar stocks.

En consecuencia –anticipa De Selliers– la alternativa de modelar contratos gubernamentales con precios-suelo y compras estratégicas “aumentarán el coste unitario de los materiales críticos” y esa prima inversora “hará que aparezcan nuevos riesgos a largo plazo si se desean conservar los estándares medioambientales”. En un momento en el que las tierras raras determinan el poder y el ritmo de fabricación de motores eléctricos, turbinas y sistemas militares avanzados.