Las izquierdas andaluzas han elegido el nombre más potente y de más popularidad que tenían para tratar de despertar el durmiente voto progresista, en una comunidad de 8,5 millones de personas que solía identificarse como un bastión de la izquierda, pero lleva siete años gobernado por la derecha.
Antonio Maíllo (59 años; Lucena; Córdoba), el coordinador federal de Izquierda Unida, será el candidato a la presidencia de la Junta de la coalición Por Andalucía, en las próximas elecciones autonómicas, previstas para la primavera de 2026. Maíllo regresa a la política andaluza con un doble cometido a ambos lados del tablero: disputar la robusta mayoría absoluta del PP de Juan Manuel Moreno, y el auge creciente de Vox -que hoy suman 72 de 109 diputados en el Parlamento-; e ilusionar al electorado de izquierdas, que lleva perdiendo cuatro elecciones consecutivas -autonómicas, municipales, generales y europeas- y que abarca un paisaje ancho y heterodoxo, desde el PSOE de María Jesús Montero hasta el partido de Teresa Rodríguez, Adelante Andalucía.
Las tres formaciones que hoy integran la coalición Por Andalucía -IU, Movimiento Sumar e Iniciativa del Pueblo Andaluz- han elegido a Maíllo como candidato de consenso, tras una larga reunión de la mesa de partidos (máximo órgano de decisión), de la que han vuelto a ausentarse Podemos, Alianza Verde y Equo.
La elección de Maíllo es un giro de guión brusco, pero con mucha estrategia y mesa de camilla detrás. No hace ni un mes que IU, la fuerza motriz de la coalición, eligió a su propio candidato en primarias para encabezar el cartel de Por Andalucía: el secretario general del Partido Comunista de Andalucía (PCA), Ernesto Alba. Alba dio el paso adelante porque quien estaba “destinado” a darlo -el líder de IU Andalucía y diputado de Sumar, Toni Valero- eligió no darlo.
Tanto Valero como Alba son personas de confianza y amigos de Maíllo. De hecho, el político cordobés dejó la dirección de IU Andalucía en manos de Valero y, desde entonces, la sintonía entre el pasado y el futuro de la coalición de izquierdas ha funcionado bien (en comparación con transiciones anteriores).
Maíllo dejó la primera política en junio de 2019, tras las elecciones autonómicas que acabaron con 37 años de gobiernos socialistas en Andalucía, y abrieron la puerta del Palacio de San Telmo -sede de la Junta- a las derechas. El entonces líder andaluz de IU, que se había presentado como número dos de una coalición de izquierdas encabezada por Teresa Rodríguez (la primigenia Adelante Andalucía), regresó a dar clases de Latín a su instituto de Aracena (Huelva).
Tan apasionado de la literatura como de la política, regresó a la primera línea en la primavera de 2024, cuando se postuló por sorpresa a las primarias para suceder a Alberto Garzón como coordinador federal de IU. Maíllo se enfrentó a la ministra de Juventud e Infancia, Sira Rego, y ganó. Y desde entonces ha recorrido las agrupaciones locales de su formación por toda España, testando el distanciamiento de las bases de izquierdas con sus principales dirigentes.
Muy crítico con la vicepresidenta del Gobierno y exlíder de Sumar, Yolanda Díaz, el dirigente cordobés lleva meses pregonando la unidad de las fuerzas progresistas, las palabras revolución y alegría, y tirando de las orejas a los “hiperliderazgos” y “egocentrismos” que aún pululan en la dirección de los partidos a la izquierda del PSOE.
Maíllo ha sido militante de IU Andalucíadesde su fundación, en 1986, bajo la sombra de Julio Anguita, antes de que se creara la IU federal. Aprobó las oposiciones a profesor con 23 años, ha dado clases de Latín en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y en Aracena; ha sido concejal y varias veces candidato a alcalde, sin éxito.
Pero su trayectoria política los últimos 15 años ha dado tantos vandazos como las izquierdas en España. Sobrevivió a todo -incluso a un cáncer que le dejó sin estómago, pero con el mismo apetito voraz- y pasó del éxtasis a la ilusión, de la ilusión al fracaso, del fracaso a la melancolía, de la melancolía a la nostalgia y de la nostalgia a un cierto renacer de la ilusión aunque, esta vez, con más vagaje y más colmillo.
Entre 2012 y 2015 formó parte del primer Gobierno de coalición en Andalucía -PSOE e IU-, del que fue expulsado por Susana Díaz; en las elecciones adelantadas de 2015, ante el empuje del primer Podemos, sintió el vértigo de ver cómo su formación perdía grupo parlamentario y quedaba orillada en el grupo mixto, pero salvó los muebles con cinco diputados, el mínimo justo. El resto se lo arrebató una joven gaditana anticapitalista llamada Teresa Rodríguez, que más tarde sería su aliada, y más tarde volvería a ser su rival.
Maíllo firmó con Rodríguez la primera confluencia electoral Podemos-IU de España –enfrentándose a Pablo Iglesias–, pero la abandonó pocos minutos antes de que implosionara, fruto de las guerras internas que terminaron con la expulsión de la gaditana del partido morado y el nacimiento de otro Gobierno de coalición inédito en España –PSOE-Podemos-IU–, pilotado por Pedro Sánchez. En las últimas elecciones generales, respaldó con entusiasmo a Yolanda Díaz y a Sumar, pero luego se fue distanciando de ella, viendo que no había sabido armar la estructura de una formación que echase andar más allá de su liderazgo.
El político de Lucena, “el maestro” como lo llaman algunos de sus compañeros, pilotó la federación más numerosa de IU en España, la de Andalucía, donde más afiliados hay, donde más concejales y alcaldes tienen, y donde más sedes tiene el PCE. El pulso en las primarias contra la ministra Rego parecía darle cierta ventaja. Las fuentes consultadas -de IU, de Sumar y de IPA- muestran su “entusiasmo” por haber “convencido” a Maíllo para que regrese a la política andaluza, con el duro cometido de unificar a las izquierdas y agitar el voto progresista.

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