La democracia brasileña ha pasado los últimos tres años en un estado de tensión casi permanente: una contracción total del cuerpo ante un expresidente que se negó a aceptar la derrota. La mañana del sábado, esos músculos se tensaron de nuevo.

Jair Bolsonaro, ya condenado por planear un golpe de Estado y sentenciado a 27 años de prisión, fue puesto bajo custodia preventiva después de que el Supremo Tribunal Federal de Brasil dijera que había intentado manipular su tobillera electrónica y representaba un riesgo de fuga.

Fue una de las respuestas más extraordinarias que una democracia puede adoptar contra un exmandatario. Y sin embargo, en la trayectoria actual de Brasil, no fue del todo sorprendente: la presidencia y la pospresidencia de Bolsonaro han obligado repetidamente a las instituci

See Full Page